Nuestro mundo vive actualmente una situación muy difícil, debido a la escasa tolerancia que tenemos de nuestras diferencias. No somos capaces de comprender que nuestra vida y el respeto hacia ella valen más que cualquier cosa material por muchos millones que cueste. La verdadera riqueza de nuestra sociedad está en realidad en la diversidad de culturas y en esa mezcla perfecta entre razas, géneros e ideologías.
Debemos tratar a los demás como nos gustaría que nos trataran a nosotros. No puedes exigir ser escuchado, si no eres capaz de escuchar. No puedes demandar un trato justo si tú no estás dispuesto a darlo. Recuerda que en la manera de dar está el recibir. No podemos practicar la ley del embudo exigir a los demás la parte estrecha, lo complicado, lo difícil y cuando nos toque a nosotros que sea la parte más ancha, la más fácil.
El respeto debemos inculcarlo desde la niñez y por supuesto no hay otra manera de hacerlo que predicar con el ejemplo. Si nuestros hijos ven que tratamos a los demás de manera digna, será más fácil inspirarlos a comportarse así.
Si en nuestras familias hay un ambiente de comprensión, de aceptación, de libertad, de amor a las diferencias del otro. Si hay coherencia entre las enseñanzas y educación entre los padres y no se menosprecia ni se quita autoridad para conseguir el cariño de los hijos por separado, ellos crecerán en un ambiente de tolerancia y convivencia positiva que les permitirá tratar a quienes los rodean de manera adecuda.
Debemos por tanto tener siempre, siempre una actitud respetuosa, da igual quien tengamos delante. Cuando vayamos a hacer o a decir algo a otra persona, pensemos de qué manera nos gustaría oírlo si nos lo dicen a nosotros, y hacerlo de este modo. Seguramente comunicaremos con tranquilidad y sin hacer daño.
Tened presente que no siempre la falta de respeto está acompañada de gritos o insultos, muchas veces un silencio puede resultar mas doloroso que las palabras y un no hacer, puede llegar a ser mas destructivo que muchas acciones. Muchas veces se disfraza de sutil manipulación, quitando la libertad de elegir y decidir, por nosotros mismos.
No debemos nunca pasar la frontera que marca el espacio vital de los demás, ni permitir que traspasen la nuestra. Hay un espacio que es personal y que no debe ser invadido. Todos tenemos este espacio, donde no puede entrar nadie, sino está invitado.
Ser amables con nosotros nos lleva a ser amables con los demás, y ayuda a entender que para entrar en la vida de las personas hay que estar invitados, invitando a la nuestra a quienes escojamos con absoluta libertad.
El respeto a los demás es el mejor compañero de viaje, nos abre las puertas que elegimos cruzar y nos ayuda a cerrar otras, sin necesidad de dar un portazo.