El martes pasado me dirigía al despacho contenta, alegre… pensando que me faltaba tarde para todo lo que tenía que hacer. Cuando de momento y cuando apenas me quedaban treinta pasos para llegar, sin planearlo, sin esperarlo, tropiezo, me resbalo y doy de bruces contra la acera. Esa alegría se convierte en alguna lágrima porque me hago mucho daño sobre todo en la rodilla derecha. Esa tarde no cambió nada porque todo lo que estaba previsto… aunque con dolor consigo acabarlo. Pero los dos siguientes días tengo que hacer algunos cambios porque el médico me receta reposo.
Aprovechando el reposo me pongo a pensar y me doy cuenta, otra vez que de repente pasa algo en tu vida y cambia el transcurso de la misma.
Porque todo cambia, o puede cambiar en un instante. Un cuarto de segundo, un segundo, unos segundos, instantes… Y todo cambia. A veces para muy mal. Sin preverlo, ni esperarlo. Sin la sensación de llegar a ningún sitio.
Por eso debemos dar valor a los instantes, a los momentos, a esos breves espacios de tiempo que nos permiten seguir viviendo como alguien especial, con alguien especial; fragmentos de tiempo en los que la vida nos da alas, nos permite ver más allá, saltar de alegría y ser, casi, inexpugnable. O a esos instantes en que parece que nada cambia pero que nos hacen sentirnos inmedibles, ilimitados. Porque cada mañana al abrirse es única, como cada paso que damos en la arena, cada mirada, cada pensamiento que llega…
Nos situamos ante una puesta de sol. A lo lejos el horizonte aparece desafiante. Algo grande va a ocurrir, lo sabemos. Lo hemos visto ya. Pero seguimos atados a la experiencia de verlo otra vez.
Y es posible, muy posible, que después de todas estas palabras finalmente no haya dicho nada. Son palabras, sin más. Aunque también es posible que todo esto sea más un ejercicio de autoconciencia que otra cosa. Una forma de plantearme el presente de una manera especial, para que así, el futuro sea una sorpresa aún mucho más bonita. Disfrutar de los preparativos es la única forma que hay para que el día de la fiesta sea todo perfecto, esté todo bien.
Porque la vida va en serio y es mejor ocuparnos que preocuparnos. Ocuparnos del momento y, como dicen por ahí, mañana Dios dirá.
“Los milagros son comparables a las piedras: están por todas partes ofreciendo su belleza y casi nadie les concede valor. Vivimos en una realidad donde abundan los prodigios, pero ellos son vistos solamente por quienes han desarrollado su percepción. Sin esa sensibilidad todo se hace banal, al acontecimiento maravilloso se le llama casualidad, se avanza por el mundo sin esa llave que es la gratitud. Cuando sucede lo extraordinario se le ve como un fenómeno natural, del que, como parásitos, podemos usufructuar sin dar nada a cambio. Mas el milagro exige un intercambio: aquello que me has dado debo hacerlo fructificar para los otros. Si no se está unido no se capta el portento. Los milagros nadie los hace ni los provoca, se descubren. Cuando aquel que se creía ciego se quita los anteojos oscuros, ve la luz. Esta oscuridad es la cárcel racional”.Alejandro Jodorowsky. “La danza de la realidad”.