En un descuido, un elefante le pisó una patita a la hormiga con la que conversaba amigablemente.
– !Ay! – gritó la hormiga – !Ten cuidado donde pisas!
– !Oh! Lo siento. Perdóname – dijo el elefante.
– Con disculpas no se arreglan las cosas. Mira mi patita.
– Por favor, discúlpame. Fue sin querer – suplicó el elefante.
– !No! – gritó la hormiga – Eres un grandote torpe y no mereces mi amistad.
El elefante, fastidiado de pedir disculpas, dijo: “Bien, aquí termina nuestra amistad”. Aplastó a la hormiga y siguió solo su camino.
Moraleja: Cuando una persona condena a otra y se niega a perdonarla, termina aplastada por el peso de su propio resentimiento.
Me ha parecido que un cuento era la mejor manera para comenzar a hablar del perdón. Seguro que alguna vez hemos sentido odio, resentimiento o rabia . Yo os tengo que confesar que pocas veces… Realmente me cuesta trabajo tener ese sentimiento incluso hacia aquellas personas que han intentado, y a veces han conseguido hacerme daño. No me gusta quedarme atrapada en malestares que me impiden trascender la negatividad y que me afecte incluso en mi salud física y mental.
Las personas que se arraigan en el rencor, la rabia, el odio, el desprecio seguro que les repercute en todos los ámbitos de su vida y así se convierten en las principales víctimas de su forma de ser.
Cuando perdono a otra persona, incluso cuando me perdono a mí misma, estoy haciendo algo muy positivo. Me estoy liberando del pasado porque necesito tener mi alma tranquila, abrirme a la vida y a los demás sin miedo a que me vuelvan a lastimar, aprender como persona y alcanzar la felicidad.
En cambio si no perdono estaré consumiendo un veneno que sólo me traerá enfermedad, tristeza, enojo, porque la herida permanecerá abierta hasta el momento en que yo decida cerrarla al otorgar el perdón. El perdón es un regalo para mí y es una decisión que yo misma tomo.
Es importante saber y aclarar que el perdón no implica: reconciliación si no se desea, justificar un mal comportamiento, negar el dolor que nos ha producido, aprobar lo que paso, etc. Pero sí debemos descargar esa carga que nos tortura y perdonar , porque al hacerlo es cuando se manifiesta la expresión más sublime de amor y la grandeza del ser humano.
Pero el perdón no solo hay que saber darlo, también hay que saber pedirlo. Para ello tendremos que pensar que es lo que ha sucedido, quien está implicado y el daño que hemos causado y sus consecuencias. Para pedir realmente perdón debemos partir de un arrepentimiento sincero, no solo dicho con palabras, sino acompañado de acciones que lo confirmen.
Siempre debemos tratar de corregir la ofensa, de forma que ambos podamos superar el dolor y seguir con nuestra vida de una manera armoniosa..
Quiero acabar, de la misma manera que he comenzado, esta vez con un cuento oriental “La Prisión del Odio” ya que me parece muy lindo y puede ser un bonito final que nos ayude a reflexionar.
Dos hombres habían compartido injusta prisión
durante largo tiempo en donde recibieron
todo tipo de maltratos y humillaciones.
Una vez libres, volvieron a verse años después.
Uno de ellos preguntó al otro.
-¿Alguna vez te acuerdas de los carceleros?
-No, gracias a Dios ya lo olvidé todo
-contestó-. ¿Y tú?
-Yo continúo odiándolos con todas mis fuerzas -respondió el otro.
Su amigo lo miró unos instantes, luego dijo.
-Lo siento por ti. Si eso es así,
significa que aún te tienen preso.